
23/12/2013 I Ricardo Madriz | Ver más entradas

Una memorable noche del 24 de agosto del año en curso, Jhonny González, con 32 años, su futuro al aire y 8 derrotas en el currículum —varias dolorosas, pues eran reyertas que dominaba; por ejemplo: la perdida por nocaut contra Israel Vázquez en el décimo asalto estaba finiquitada en las tarjetas (Jhonny se alzaba, en mi conteo extraoficial, que era idéntico al del analista norteamericano H. Lederman, 87 – 81 sobre Vázquez; mandó a la lona dos veces a este último y sólo había dejado ir dos episodios, no obstante, en ambos ofreció la impresión de estar al borde del colapso), sólo debía concluir la cátedra que estaba dictando—. En fin, subió al cuadrilátero como retador por el título mundial.
Aquella noche inolvidable de Carson, González, oriundo de Hidalgo, Pachuca, disputaba —en lo que sería uno de los combates más destacados de su vida pugilística y el upset o la sorpresa, a mi juicio, más sonora del año—, el fajín CMB de la categoría pluma contra Abner Mares, un portentoso peleador jalisciense que a los 28 años de edad podía jactarse de ser campeón invicto en tres divisiones: gallo, supergallo y pluma. Nombres célebres, combatientes de elevada dificultad, tales como el armenio Vic Darchinyan (zurdo poderoso de estilo indescifrable); el férreo ghanés Abgeko; o el empeñoso, de voluntad inquebrantable, un representante digno del encontronazo, del matar o morir, Ponce de León. Todos sucumbieron ante la versatilidad, la capacidad de ajuste de Mares.
Jhonny, peleador atípico en México por su técnica depurada e inteligencia sobre el cuadrilátero, envió en dos ocasiones durante el primer asalto a Abner a la lona. Primero lo derribó con un gancho de izquierda, después, lo acabó con una seguidilla de golpes que doblaron a Mares como roble partido a la mitad a fuerza de hacha. La segunda caída puso fin al récord inmaculado del mozo boxeador que en todos los rankings subía como la espuma.
El aficionado mexicano, por razones que desconozco, tiende a no invertir los mismos montos de pasión al atestiguar un riña donde participa un México-americano o un mexicano americanizado, que la pasión vertida sobre un peleador de estirpe azteca pura. Por esos motivos, Televisa, en conjunto con Golden Boy Promotions, en víspera del encuentro, estuvo difundiendo hiperbólicamente a Mares en México a través de constantes apariciones en televisión abierta. Pese a ser nativo del estado de Jalisco, es sabido que ha radicado la mayor parte de su vida en Estados Unidos.
La intención era acercarlo al público nacional para convertirlo en un imán económico de grandes proporciones. La idea, uno puede especular, fue ponerlo a combatir su primera defensa del cinturón pluma con un boxeador nacional sólido pero que no representara una gran amenaza. Debía ser un pleito de transición donde el público en general, en específico el mexicano, pudiera familiarizarse con el púgil, agarrarle cariño, identificarse con su historia. En fin, el elegido fue Jhonny, quien recuperó con imprevisible justeza, con espectacularidad, un título pluma que el hidalguense había perdido un año atrás con Daniel Ponce de León.
Nadie ofrecía un céntimo por González, no había podido, siendo campeón pluma, retener su título frente a Ponce de León que es un toro salvaje, un boxeador que divide aguas: si ganas has probado tener calidad, tienes madera para destacar, soñar con grandes combates; perder con él equivale a volver a la cola o a olvidarse de las oportunidades titulares inmediatas. Los combates con León son semejantes a un examen, si lo pasas, estás listo para reyertas relevantes, reprobar equivale a “vuelva a la fila por favor” o a un “gracias por participar, siga intentándolo”. Boxeadores como Adrien Broner, el mismo Mares, Gamboa y JuanMa López derrotaron a León.
Todos ellos son o fueron, campeones mundiales que inspiran respeto. Me atrevo a aventurar que nadie dentro del universo de la crítica pugilística atrevió a vaticinar un triunfo de Jhonny. ¿Cómo alguien que ha reprobado la prueba del León piensa ganarle a Mares, que aprobó con creces el examen en un combate que fue de un solo lado y acabó por la vía del nocáut técnico? Pese a la adversidad, Jhonny impactó al mundo de los puños terminando con Mares antes de que arrancara la pelea; repito, fulminó al campeón en el primer episodio.
Los interesados en este combate aguardan impacientes la segunda entrega de una riña que podría convertirse en saga. La pelea tendrá, lo garantizo, una audiencia más numerosa. La revancha está pactada para el 15 de febrero de 2014. Será en el Staples Center, en Los Ángeles, California (casa de Mares). Los representantes de Abner forzaron la revancha, desean fervientemente que limpie su nombre y retome el rumbo, conciben la derrota como un infortunio inesperado que difícilmente volverá a repetirse frente al mismo rival. El mensaje cifrado que envían a Jhonny González al demandar revancha, es demasiado similar al que Mike —personaje popular de la serie televisiva Breaking Bad— le comunica a Walter White —la figura emblemática de la serie— cuando se entera que este último ha matado a un líder en apariencia intocable de un poderoso cartel de drogas: just because you shot Jesse James, doesn't make you Jesse James[1].
El público no cree que Jhonny sea mejor que Abner, aunque lo haya derrotado. Mares, su equipo, sus seguidores, desean probarle a González que aunque le haya ganado a Jesse James, no es Jesse James. Jhonny subirá al encordado a dominar, —como lo repite Nacho Beristain hasta el cansancio— la zona de combate; una circunferencia imaginaria que tan pronto cruza el rival recibe fuego tupido. Intentará alejarse de los intercambios cuerpo a cuerpo, de las cuerdas también; un raund perdido, dada la dudosa calidad de su quijada, puede costarle el pleito, como le sucedió con Israel Vázquez. Abner, por su parte, es un boxeador con potencial enorme, hay que admitirlo.
En papel, gracias a las aptitudes boxísticas que ha lucido a lo largo de su carrera y, pese a la derrota anterior, permanece favorito. Cuenta con buena técnica, camina muy bien el cuadrilátero, sabe cuándo arrojarse y cuándo aguardar, dispara combinaciones profusas de 5 a 6 golpes, suelta los puños con una frecuencia aceptable. Es un peleador bien educado. Tomará las precauciones adecuadas, Jhonny, también. Uno anhela retomar el camino que dejó en suspenso, el otro, el hidalguense, cerca del final de su carrera, quiere dejar una huella inolvidable en un público, el mexicano, que no le ha reconocido como tal vez debería.