

Driving Range
Eduardo Aguirre
Ha publicado en espacios como Magis, Mural y la desaparecida Migajón. Redactaba quincenalmente la columna Ni modo que qué en el periódico Poder Ciudadano. Está por aparecer su primer libro de ensayos compilados Pink Horchata. Descubrió el golf desde chico, en un local de maquinitas que contaba con un golfito de nueve hoyos. Con el paso de los años, asegura que el uno versus uno por excelencia es el golfista sobre el green. Actualmente realiza estudios en psicoanálisis y literatura mexicana en la ciudad de Guadalajara.
Tres tristes tigres
Eduardo Aguirre. Marzo 2015.
Que el golf sea inglés no significa que no esté agringadísimo. Es decir: voluntariosos como sólo ellos, los estadounidenses extienden la reafirmación de su cultura hasta el más mínimo detalle, buscando que cada actividad sea la corroboración de la American Way. Uno de los vicisitudes de éste concepto —que ha de entenderse básicamente como una manera de hacer cosas, en este caso hacer cosas como los estadounidenses— es el modo americano de entender los deportes a través de proezas y hazañas.
Who cares if a golfer snorts cocaine
Eduardo Aguirre. Septiembre 2014.
La escena fue más o menos así: allá por el 2010, en Tres Marías, en el marco de la despedida de Lorena Ochoa, un grupo de jóvenes claramente frustrados con el ambiente monasterial del golf, anidaron en la orilla del green del hoyo 18. Acompañados con cervezas de litro, se dieron a la tarea de golpetear el suelo —emulando el sonido de redoble— toda ocasión que el golfista fuera a embocar su último tiro.
El gesto no molesto a muchos; de hecho, suscitó risitas discretas en algunos espectadores igual de fastidiados que ellos, pues hay que decirlo sin tapujos: los torneos de la LPGA a los que me ha tocado asistir en Tres Marías, campo de colinas infinitas, los únicos que caminaban los 18 hoyos con entusiasmo eran los papás de Michel Wie; era complicado disfrutar del juego si estamos corriendo un maratón al mismo tiempo.
Footie
Eduardo Aguirre. Julio 2014.
Al golf no se llega por cuenta propia. Al golfito sí, quizás, pero al golf no se llega por cuenta propia, pues de entrada, por lo menos en México, no es un deporte con canchas públicas, ni con programas universitarios, ni empujes gubernamentales, ni de costos accesibles, ni siquiera incluyente. Jugarlo en la cuadra resulta ante todo y sobre todo un ejercicio de imaginación guiada.
El golf es de los pocos deportes donde hay cover, cadena y membresía. Al hervor de este tufillo aristócrata que emana desde el estacionamiento de los campos, el golf es un deporte que ahuyenta más de lo que convoca.
El golfista que vendrá
Eduardo Aguirre. Abril 2014.
Al aplomo de los años que sea que tengamos —los que sean—, la tragedia de la vejez radica en la misma juventud. No es que uno lamente ser viejo, sino que se reprocha haber sido joven y haberlo dejado de ser, que no es lo mismo. De ahí los excesivos sollozos que emanan las ensoñaciones hacia glorias pasadas, que no hacen más que revalidar aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, y de paso, para amolarla, terminan por corroborar la edad de la que uno se siente, que seguramente, si ya andamos en éstas, la ponderaremos como avanzada.
Dos apuntes para una defensa a favor del golf.
Eduardo Aguirre. Marzo 2014.
Habríamos de ponernos en guardia toda ocasión que alguien aproveche para razonar una afición en particular, sobre todo si el gusto en cuestión se trata de la superioridad de un deporte sobre otro. Difícilmente se puede explicar el gusto por un deporte arguyendo motivos pasionales. Vaya, se puede, y de hecho, se hace; pero dudo mucho que quienes se toman la molestia
Hablarle a la bola
Eduardo Aguirre. Febrero 2014.
A fuerza de pura fe, la superstición del deportista termina siendo un tremendo paliativo para su juego. Digamos, por ahora, que resulta ineludible la intromisión de las creencias en momentos cruciales, sobre todo si consideramos las consecuencias personalísimas que acaso podría tener abandonar el ritual.