La otra dimensión del combate
El célebre escritor canadiense Douglas Coupland aseguró en alguna ocasión que “o nuestras vidas se convierten en historias, o no habrá manera de darles algún sentido”. El boxeo como cualquier actividad humana se nutre de historias y son precisamente éstas las que permiten, táctica y estrategia incluidos, añadir la dimensión dramática al encuentro pugilístico y otorgarle un sentido situado más allá de la tradición boxística. Qué serían, sólo por poner un ejemplo, los combates ficticios entre Apollo Creed y Rocky Balboa si prescindimos de las peripecias, padecimientos, alegrías, características psicológicas y demás sucesos que rodearon la vida cotidiana del semental italiano. Es sencillo: un combate sin el drama que supone la vida que ha llevado a los peleadores a compartir el encordado es sólo un encuentro entre dos estetas de los puños.
Esto es bastante claro para el cine, últimamente también lo es para la industria del boxeo. Prueba de lo anterior son programas como HBO 24/7; en él, se da seguimiento minucioso a la vida de los púgiles de tres a cuatro semanas antes del combate. La odisea preliminar que Rocky vivió antes de enfrentar a Iván Drago en una película ahora la podemos atestiguamos en un show televisivo antes de un combate como el de Manny Pacquiao vs Juan Manuel Márquez parte IV. En la escena nacional contamos con Campeón Azteca, una mezcla de torneo de box con reality show que explota la dimensión histórica de los peleadores. Así pues, hoy en día, sobretodo en peleas estelares, contemplamos combates más la historia de los que combaten.
La potencia o el interés que imprime en los espectadores el conocimiento de la historia de vida de los boxeadores redimensiona los acontecimientos que suceden al interior del entarimado. Mayweather no sólo es el gran maestro que ha dictado cátedra a los mejores peleadores que cruzaron su línea del tiempo haciendo gala de una habilidad defensiva sinigual y una precisión quirúrgica para leer los tiempos de ataque, es, también, un individuo que ha afrentado a su padre durante transmisiones en vivo de sus entrenamientos, ha derrochado millones de dólares en mansiones, colecciones de autos de lujo, fiestas y excéntricos gustos frente a las cámaras en un momento histórico sumamente sensible a los excesos capitales que contrastan con la pobreza mundial generalizada. Nos encontramos, entonces, frente al boxeador más su vida. Los puristas dirán que sus decisiones personales se cuecen aparte, que lo importante es su desempeño sobre el cuadrilátero, y tienen razón, pero también es innegable el hecho de que parte de su vida es pública y la imagen de Mayweather estará ligada por siempre a las resoluciones hechas del dominio público. Así las cosas, se sube al ring un boxeador que además es un personaje que representa una forma de vida. El público puede identificarse con él o detestarlo, lo cierto es que pugilísticamente tiene aptitudes que difícilmente volveremos a atestiguar en algún otro peleador mientras estemos vivos.
De lo anterior podemos concluir que hoy en día una pelea de boxeo es importante por todo lo que está en juego más allá de una pelea de box. Lo que se está jugando un boxeador en un combate está hoy, más que nunca, íntimamente relacionado con su vida; pensemos en la saga entre Manny Pacquiao y Juan Manuel Márquez sin las controversias personales entre ambos, sin el 24/7 de HBO, los programas de Robo en las Vegas de TvAzteca, las declaraciones, las entrevistas con familiares, entrenadores y demás allegados a los púgiles. Sin duda, ver las peleas sin conocer la historia que las sostiene y camina detrás no impide deleitarnos o apreciar una serie de combates dignos del más alto nivel, sin embargo, la gravedad que imprime la implicación de la historia personal de los boxeadores resignifica lo que estamos apreciando como críticos o espectadores y además añade otra dimensión al combate.